domingo, 3 de agosto de 2025

Roma, peligro para caminantes

Efectivamente, tenía razón Rafael Alberti cuando titulaba el primer libro de su etapa romana, Roma, peligro para caminantes. Desde entonces, en 1968, la ciudad eterna, sin duda ha cambiado, ha contemplado el ascenso y el entierro de cinco papas, se ha desperezado entre hordas de turistas ansiosos de fotografiarse ante sus piedras, pero, pese a todo, no creo que haya dejado de ser la misma metrópoli deslavazada y decadente que acogió el exilio del poeta gaditano y le inspiró aquellos versos en los que la retrata con ironía, ciudad de piedras y grietas, de innumerables fuentes de aguas ajenas. Tantos años después, las calles y las plazas romanas siguen conservando esa pátina de verdín que supuran las aguas del Tíber y avejenta la ciudad, cansada, y sin embargo, inquieta, escenario de riesgo para el transeúnte que confiado se inmiscuye en la turbamulta de sus rincones y sus transportes.  Desde Termini a Octtaviano, la anaranjada sierpe del metro es el paraíso de quienes, con alargadas manos, se alimentan de lo ajeno, a golpe de descuido, cuando el ingenuo baja la guardia, tan solo preocupado por mantener el equilibrio a bordo del vagón, atestado de almas. Lo digo por experiencia propia, la de una mañana en que me vi pobre, "como un gato del Coliseo", en palabras de Pasolini, "apretujado en un autobús renqueante", protagonista de "un calvario de sudor y ansiedad"


Coliseo en plena canícula

Pero Roma es mucho más que un peligro para caminantes, es también el testigo inmarcesible de mil vidas e historias, versos sueltos, almuerzos en el bochorno de Piazza Navona, a base de pizza o pasta a la amatriciana. Hemos subido hasta el Gianicolo después de visitar el Vaticano y recorrer las estaciones de ese víacrucis del arte que componen La Pietá, el Baldaquino y la cúpula de Michelangelo, sin descuidar el obligado saludo a San Pedro, sedente e inmovilizado, en cuyos labios Alberti ponía un deseo: "Haz un milagro, Señor. Déjame bajar al río, volver a ser pescador, que es lo mío". La vista desde la Passeggiata del Gianicolo es impresionante. Se comprende por qué personajes como Torcuato Tasso o Felipe Neri eligieron estos parajes para sus meditaciones o para invocar la inspiración. Aún pueden verse allí los restos de la encina bajo la que el autor de la Jerusalén liberada convocaba a las musas, hoy reducida a pura madera fósil tras ser víctima de un rayo. 


Piazza Navona, al mediodía


Imagen de San Pedro en el Vaticano



Perspectivas de Roma desde el Gianicolo


La "Querzia" de Tasso en el Gianicolo

Desde allí hasta el Cementerio Acatólico, junto a la Porta de San Pablo, en las proximidades de la Vía Ostiense, queda un trecho que evocar con la lectura de la "Noche Tercera", de aquellas Cuatro noches romanas del novísimo Guillermo Carnero. Allí reposan las cenizas de Keats y Shelley, románticos ingleses que encontraron en Roma su última morada. Uno es aquel "cuyo nombre fue escrito en agua" y el otro "Cor cordium", vecino en su dolor del ángel postrado sobre el icónico túmulo de Emelyn Story, construido por su esposo y con quien también descansa.

                      

Tumba de John Keats en el Cementerio protestante de Roma

La ciudad eterna es escenario proclive al romanticismo que exhalan sus ruinas, los templos de Saturno y Vesta en el Foro, las escalinatas de Piazza di Spagna, tan manidas y ahora vedadas al solaz de los viandantes, como el agua de la fuente Barcaccia, por orden del ayuntamiento romano. Es otra historia lo de Trevi. Nada que ver con la crónica de Manuel Vilas, que en su libro Roma, recuerda la estampa de la mítica Fontana durante los meses de la pandemia, preñada entonces de soledad y miedo: "...hoy la peste te ha dejado sola, sola como yo, los dos solitarios más románticos de la Roma en cuarentena". Han regresado los millones de turistas, peleándose por un espacio desde el que cumplir con la tradición de lanzar una moneda a sus aguas. Se ha evaporado con ello todo atisbo de romanticismo, prima ahora el tópico, los ridículos selfies y el postureo barato.  

Estereoscópica del Templo de Saturno, en el Foro de Roma (primeros del siglo XX)


Escalinatas de la Plaza de España desde la terraza de la Casa de John Keats


La Fuente de la Barcaccia en Plaza de España


Fontana di Trevi

Desde la cima del Campidoglio, después de pasear por los jardines de Villa Caffarelli y contemplar la rocambolesca reconstrucción del Coloso de Constantino, despedirse de Roma resulta fácil, guardando en la retina la señorial perspectiva de Piazza Venezia y del Vittoriano, en un descenso hacia la cotidianidad de la urbe cuyos secretos Castor y Pollux sabrán custodiar hasta un nuevo retorno, si el tiempo y los dioses así lo quisieran. 


Coloso de Constantino

 






Piazza Venezia
















Monumento a Víctor Manuel II (Vittoriano)

Escalinatas del Capitolio con las estatuas de los Dioscuros, Castor y Pollux










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