domingo, 29 de diciembre de 2013

2013. Libros que han pasado por mis manos (II): Narrativa

Algo parecido a lo que comentábamos en la entrada anterior ocurre con la narrativa. El año 2013 nos ha permitido también acercarnos a obras intensas, a relatos de gran fuerza, historias difícilmente olvidables, algunas de las cuales tampoco he podido terminar de leer, pero que aguardan su momento, mal colocadas, como advirtiéndome de mi falta, llamando la atención para que recupere cuanto antes un punto de lectura que quedó varado en medio de cualquiera de esos volúmenes, quizá en plena efervescencia de la trama. Hay autores a los que sigo desde hace tiempo y que me aportan una literatura de experiencias, no propiamente de ficción, de la que suelo disfrutar, sobre todo cuando no se puede leer todos los días y no se corre el riesgo de perder el hilo. Seix Barral reeditó este año "París no se acaba nunca", de Enrique Vila-Matas, y después de haber pasado unos días en aquella ciudad, me devolvió al ambiente de sus calles, a sus personajes y sucesos literarios, de la mano de Marguerite Duras o Ernest Hemingway. Mi habitación en la buhardilla de un hotel cerca del Foliès Bergère, con la montaña de Montmartre y el Sacré Coeur al fondo, me venía constantemente a la cabeza a cada incursión en aquella obra, avivando la ilusión de la vida bohemia de escritor primerizo que tan magistralmente recrea en ella su autor. 


 Pero no abandoné París ni la misma editorial, Seix Barral, Biblioteca Breve, cuando decidí sumergirme en la nueva novela de Rosa Montero, "La ridícula idea de no volver a verte". Es más, ésta ya la había leído antes de mi visita a la capital francesa. Confieso ahora que es quizá el libro que más me ha gustado de los que pasaron por mis manos a lo largo de este moribundo 2013. Las reflexiones de la autora madrileña en torno a los diarios de Marie Curie, que lo son en definitiva acerca de la vida, de lo imprevisible, del antes y el después, de la intensidad de un carácter que se sobrepone a su propia fatalidad, aún me hacen pensar y no dudo que volveré algún día a bucear en esas páginas. Lógicamente, intacto el regusto de este libro aún en la memoria, era obligado un paseo por el barrio de La Sorbonne. No falté a mi cita con el Pont Neuf o el Panthéon, y su huella quedó impresa en los versos de algún poema. 


De vuelta a las proximidades de la Opéra Garnier, bien distinta se alzó la trama en un súbito viaje al pasado, a los "tiempos de la infamia", y ante mí se abrieron de par en par las puertas de una ficción cargada de romanticismo en medio de las turbulencias previas al estallido de una guerra que habría de asolar el continente. "Amantes en tiempo de la infamia" del extremeño y buen amigo Diego Doncel, que había obtenido el Premio de Novela "Café Gijón 2012", viajó también conmigo a la ciudad del Sena, y allí comencé a leerla, con la celeridad que me exigía la obligación de tener que intervenir, unos días después, en el Aula de la Palabra de la Asociación Cultural Norbanova, para comentar precisamente esta obra junto al propio autor y a la periodista Cristina Núñez. La verdad, fue una experiencia increíble descifrar sus claves con el escritor, el mismo que había dado vida a los personajes e imaginado las vicisitudes por las que habrían de pasar en unos tiempos nada fáciles y en escenarios tan convulsos. Más que nunca, la literatura se convirtió en verdadero aprendizaje. 


No demasiado lejos en el tiempo respecto de la anterior, las dos siguientes novelas me devolvían sin embargo a las calles de otra de mis ciudades más queridas, Madrid, con autores que de una u otra forma, también me resultaban conocidos. En torno a la Feria del Libro de Cáceres, durante el bullicioso mes de abril, se presentaba "Las dos muertes de Salvador Buendía", publicado por Algaida, y obra de otro escritor muy próximo y amigo, Mariano Mecerreyes, tan cercano que me había permitido, antes incluso de su publicación, leer su historia mecanografiada en unos cientos de folios. De inmediato, sus primeras páginas ya revelaban que aunque de amplia extensión, iba a ser difícil abandonar aquel relato, pues a medida que avanzaba en él, sus diversas tramas y saltos temporales te atrapaban sin remisión, buscando desentrañar el destino de unos personajes protagonistas de una época, como en el caso del libro de Diego Doncel, sujeta a múltiples sacudidas e imprevisibles desenlaces. 


Y no diremos otra cosa de "Los ingenuos", del también madrileño Manuel Longares, que llegó a mí ya entrado el otoño y hallándome precisamente unos días en la misma ciudad en que discurría su argumento. De entrada me pareció volver a los ambientes que recreara Mecerreyes, en este caso, el casticismo del Madrid de posguerra y la difícil vida de los aragoneses desembarcados en la capital. Me hubiera gustado tener la oportunidad de comentarla con el autor, al que llegué a conocer en 2012 con ocasión de la presentación en la Biblioteca Histórica de la Universidad Complutense, del poemario "Las alas del poema", de Santos Domínguez. 


Mi recorrido finalizará de vuelta a Extremadura, a bordo de un tren recorriendo las interminables dehesas del norte de Cáceres. En mis manos, "Intemperie", de Jesús Carrasco, sin duda otro de los libros más increíbles del año que se nos marcha. La primera novela de este pacense invierte de plano la tendencia de las anteriores, todas construidas sobre escenarios urbanos, para situarnos en un contexto rural, agreste y hasta peligroso. Auténtica epopeya la de su protagonista, un niño que escapa de un mundo sin nombres y se adentra en una huida iniciática hacia su propia supervivencia. Tensión y hábil manejo de los recursos lingüísticos dotan al relato de un contenido visual propio del cine. 


 En mi mesa, sobre los anaqueles de mi librería, han quedado otros libros que espero ir disfrutando en los próximos meses. Para empezar, "El héroe discreto", del Nobel Mario Vargas Llosa, ha tomado la delantera y ya ando transitando por las calles de su Perú natal, y tintinea en mis oídos ese español tan sonoro del altiplano. Una bocanada de oxígeno después de tanto rodar por la vieja Europa. 
Aunque prometo volver para perderme en las páginas de "El intercambio", de Vicente Rodríguez, la prosa siempre brillante de Hidalgo Bayal o "La Habitación oscura" de Isaac Rosa. Todo a su tiempo. 



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