domingo, 5 de enero de 2014

En el Centenario de "Platero y yo"

Siempre me gustaron las obras de Juan Ramón Jiménez. Leo que en 2014 se celebran los 100 años desde la primera publicación de Platero y yo, y espero tener un hueco durante el verano para visitar su casa de Moguer y respirar unos instantes el aire de aquellas estancias en que vivió nuestro Premio Nobel de Literatura hace ya más de un siglo, la brisa aterciopelada que procedente de las dunas de Mazagón y La Rábida se hacen "remolino de viento fresco, color nuevo, olor reciente, canción tierna". Cuánto me queda por aprender de aquel poeta y de su musa, la no menos inolvidable Zenobia. Ellos, que embarcaron para América abriendo veredas al verso, al palmoteo de las palabras bajo el cielo anubarrado de Brooklin, para que años más tarde Federico lo devolviese ataviado de imagénes, de auroras pobladas de luminosos reflejos de serpiente y cristal.  Mas siempre nos quedará Platero, el tierno asno de las primaveras encendidas de Huelva, el amigo de los niños, el Platero feliz del arroyo y la dehesa... En 1932, Juan Ramón verá publicada esta obra por mediación de uno de los templos de la cultura de la época, la Residencia de Estudiantes de Madrid, en una edición que hace tiempo llegó a mi biblioteca y que comparte anaquel con las Eternidades y La Estación Total, fundiendo en un guiño las blancuras inmortales del poema. 


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