viernes, 18 de enero de 2019

"Líneas de Tiempo". Texto de la presentación a cargo del poeta Basilio Sánchez

Finalmente, presentamos "Líneas de tiempo" en Cáceres. No soy la persona más indicada para ofrecer sus impresiones sobre ese acto, que desde luego, se vivió intensamente, junto a una gran colección de amigos y personas muy cercanas, amantes de la literatura que uno hace. Mejor sirvan de muestra las palabras de un grande como el poeta Basilio Sánchez, último premio Loewe de poesía y flamante premio Centrifugados, que ofició de presentador, para aproximarse al contenido del libro que fue protagonista de aquella inolvidable velada. Una verdadera gozada de reseña que reproduzco a continuación. 

LÍNEAS DE TIEMPO
Jesús María Gómez y Flores

No cabe duda de que Jesús María Gómez y Flores es hoy un poeta maduro, de una calidad y una exigencia fuera de lo común. Autor de una decena de libros de poesía, la precisión de su palabra y su exquisito manejo del lenguaje —en ningún caso gratuito—, están en su escritura al servicio de un pensamiento poético de profundo calado en el que se recogen, junto al sentimiento elegiaco de la existencia (el temor a la pérdida de lo que se ama), una actitud ética ante la vida y una toma de posición frente a las injurias de la historia y el desmoronamiento de nuestros valores. 


En sus libros, la infancia y el entorno familiar, de capital importancia, se convierten en el telón de fondo sobre el que proyectar las incertidumbres del futuro. Y también el amor, casi siempre presente en su poesía, que él trata con delicadeza y elegancia y que acompaña sus pasos por ese territorio de lo efímero que constituye nuestra experiencia de la vida, iluminando un trayecto lleno de incertidumbres y amenazas.


Poesía, la suya, para aferrarse a las personas y a los sentimientos que nos justifican; poesía que no rehúye el uso inteligente de la cultura para intensificar el flujo meditativo de la conciencia; poesía, en definitiva, para aventurarnos a lo desconocido y para relacionarnos con el mundo de la única manera que pueden hacerlo los poetas de la verdad: con dignidad, humanidad y respeto. 

Pero todo poeta tiene sus arqueologías, sus balbuceos germinales, ese núcleo poético fundacional que, en la mayoría de los casos, acoge en su interior la semilla rudimentaria de la obra futura. Tanteos primitivos en los que está presente, de una manera muchas veces imperceptible, el tono original del poeta, esa forma privativa que tiene cada escritor de relacionarse con las palabras y, a través de ellas, con lo que le rodea; esa manera absolutamente propia que tiene cada autor de trasladar a la escritura su manera de pensar, de respirar o de administrar sus silencios.

Lo realmente extraño, en el caso de Jesús María, es que esos primeros poemas, esos libros escritos en su primera juventud hubiesen quedado inéditos hasta la fecha a pesar de haber obtenido, en el ámbito regional, los premios literarios más relevantes de la época. Es de agradecer, por tanto, que, con algunas revisiones, se haya animado a publicarlos ahora y que nos haya facilitado de esta manera a sus lectores —además del placer de unos poemas que, aunque alejados de sus planteamientos actuales, gozan todavía de una envidiable salud— una herramienta fundamental para contemplar con perspectiva la totalidad de una obra que, por su calidad, se ha ido haciendo un hueco sobresaliente en el panorama actual de nuestras letras.

Su andadura poética se inicia en 1985 con su libro Escaparate con muñecas, que obtiene el primer premio en el certamen poético “Residencia Universitaria San José”, de Cáceres (VII Edición), y del que sólo algunos poemas se publicarían más tarde en revistas como “Residencia”, “Alor Novísimo” y “Oropéndola”. A aquellos años pertenece también el libro Autoconfesiones, publicado —el único de esa época—en la efímera editorial “La Hidra Ediciones”, en 1988. 

Finalizada su etapa universitaria, en 1989, su poemario La dama de Shalott, es galardonado con el primer premio en el concurso de poesía “Ruta de la Plata”, en el que volvería a obtener, en la edición de 1993, un accésit con su libro Arquitectura y Convivencia. Ambos títulos, junto con otros más que ha decidido descartar en esta recopilación, han permanecido inéditos hasta hoy.

El libro que hoy nos ocupa, Líneas de tiempo, hermosamente editado en la colección “Baños del Carmen” de la editorial Vitruvio, en la que Jesús María ya ha publicado otros volúmenes, reúne esos tres libros inéditos y una plaquette, Aguardando la lluvia de octubre, también inédita, escritos entre 1985 y 1993. 

Es un libro que tiene la particularidad, además —como ya se ha adelantado—, de que incluye siete hermosas ilustraciones de Deli Cornejo elaboradas a partir de un diálogo íntimo con los poemas que aquí se recogen y con las experiencias vitales, en gran parte compartidas con el autor, que pudieron haberlas suscitado. Unos dibujos que han sabido acomodarse a los contenidos surrealistas, venecianos y de evocación mitológica que conformaban el andamiaje poético de Jesús María en aquellos años de formación literaria. Un universo poblado de personajes de índole espiritual que, en la órbita de la pintura prerrafaelista, las imágenes visionarias de William Blake o las recreaciones de la antigüedad clásica de Waterhouse, discurre en paralelo, iluminándolo, al universo imaginativo del poeta en ese primer tramo de su producción creativa.

Centrándome ya en la lectura de los poemas, aunque hay diferencias formales y temáticas significativas entre los tres libros y la plaquetteque conforman este volumen, yo creo que todos tienen dos cosas en común. La primera es el sentimiento amoroso que los vertebra y, la segunda, desde el punto de vista estético, la poderosa influencia de los poetas románticos ingleses y de la retórica surrealista. 

Con relación a la temática amorosa, que es verdad que enhebra como las cuentas de un collar el conjunto de los poemas, la forma de abordarla es, atendiendo a la cronología de los libros, muy diferente entre los primeros y los últimos: En Escaparate con muñecas y en La Dama de Shalott (ambos escritos en la década de los ochenta), y sobre todo en este último, ambientado en las leyendas artúricas y en los amores trágicos de Madelaine de Astolat, recogidos en la balada lírica del poeta inglés Tennyson, es un amor aciago y turbulento, un amor romántico y desesperado que se precipita, destructivo, por los abismos de la incomprensión hasta su desaparición definitiva. A partir de los noventa, sin embargo, y bajo la influencia de una nueva relación personal, la soledad y el abandono dan paso a una fervorosa comunicación con la vida, a una reconciliación con los sentidos y a una esperanzada manera de enfocar la existencia. Arquitectura y convivencia, de 1993 —el último de los libros aquí recogidos— es, en palabras del propio autor, el cuaderno de bitácora de este viaje que, bajo la influencia de las luces atlánticas y sin estar exento de turbulencias, se desarrolla a través de un tiempo nuevo y de unas nuevas certezas vitales y literarias que acabarán llevándole al hombre y al poeta que es ahora.

Hace bien Jesús María al colocar en el frontispicio de esta recopilación de su primera poesía una cita de Vicente Aleixandre, el poeta del amor, de la vida, de la inocencia y de la dicha, porque su poesía brilla, en estos primeros embates, con las luces desenfocadas del surrealismo y con las visiones fragmentarias atrapadas de pronto en medio de la fuga desesperada de los pensamientos.

Poemas conducidos por el automatismo de la belleza bajo los cielos anaranjados de los crepúsculos prerrafaelistas, arrancados al curso de la vida en las cuartillas de un dorado velador de otra época. Hay en esta poesía —y cito aquí algunos versos del autor— salones venecianos de luces opalinas y paisajes modernistas con vitrales y fuentes, con miradas oscuras, acechantes, en las proximidades de la muerte. Hay noches iluminadas por las salvas compasivas de las estrellas y por la lluvia blanca de un amor entregado sin condiciones, pero también sin esperanza.

Una poesía que oscila entre la alegoría de las máscaras de carnaval y el silencio del alma en la cuaresma de los recogimientos, de los claustros oscuros de los que van brotando, frente al paso del tiempo, las palabras.

Poesía que, con los años, y bajo la influencia bienhechora de unas nuevas experiencias vitales, va aprendiendo a elevarse — como lo hacen las torres de luz blanca, como lo hacen los cuerpos que se aman—, en el anochecer de los relámpagos y en la honda madrugada de las tormentas. Poesía que inaugura en el taller de la música la caricia del alba, la profunda embriaguez de los sentidos; que se ofrece de pronto a la visión del mar y a la contemplación del horizonte, de los cielos sin límites. 

Una ciudad oscura se ilumina, en el último tramo de este libro, con el metal de los poemas, con el brillo de un beso. Una ciudad se alza, ligera de equipaje, sobre la desnudez de los amantes que, empapados de luz, se arrojan al encuentro para dejar atrás, en medio de las aguas de un gran lago nocturno, la barca de madera de una vieja princesa melancólica.

Hace bien mi amigo Jesús María al empezar el último de los libros que componen está recopilación, Arquitectura y convivencia, con una dedicatoria a Deli Cornejo, su mujer, porque creo que le confiere al conjunto de toda esta obra inédita, desarrollada a caballo entre finales de los ochenta y principios de los noventa, una profunda y necesaria intensidad humana, una concreta fijación a lo real. Porque convierte en biografía y emoción —que es lo que en definitiva se les pide a los buenos poetas— lo que podría haber sido sólo literatura.

Alphonse de Lamartine, que no era un poeta romántico inglés, sino francés —y con esto termino— escribía en el prefacio a sus Primeras meditaciones, que él “había sido el primero en hacer descender la poesía del Parnaso y había dado a la Musa, en vez de una lira de siete cuerdas de convención, las fibras mismas del corazón humano, tocadas y enmudecidas por las innúmeras fricciones del alma y de la naturaleza”. No sé si Lamartine, en los desvelos de su inspiración, llegó a ser realmente el primero que hiciera descender a la poesía desde las alturas del Parnaso a las profundidades del corazón, de lo que sí estoy casi completamente seguro es que Jesús María Gómez y Flores, nuestro poeta, fue el segundo. 


Basilio Sánchez

15 de enero de 2019










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