domingo, 14 de abril de 2024

Mis "Adonáis" firmados y alguno más...

Entre los años 1984 y 1986, fui suscriptor de lujo de la Colección "Adonáis", que edita la editorial Rialp. Durante estos meses la Biblioteca acogió un buen número de títulos de poesía además de los galardonados con el prestigioso Premio Adonáis y sus accésits. La peculiaridad de este tipo de suscripción consistía en la posibilidad de disfrutar de un ejemplar numerado de cada libro (el asignado al suscriptor, que en mi caso era el 19), y el hecho de venir firmado por su autor o autora. Revisando los estantes para organizar la librería, recupero aquellos libros, que cuentan ya con más de cuarenta años, descubriendo entre ellos piezas como Antífona de otoño en el Valle del Bierzo, el Adonáis 1985 de Juan Carlos Mestre, firmado por él con un trazo sencillo bien distinto a la fantasía y derroche plástico con que ilustra posteriores obras que igualmente tengo en mi poder autografiadas por el mismo autor. También el discurso poético del libro es bien diferente, de corte enteramente clásico, muy alejado del estilo que luego vendría a definir su poesía, en libros como La tumba de Keats o La casa roja. Palpable resulta la lectura de autores como Antonio Colinas, Gamoneda o Antonio Pereira, cuyas citas aparecen repartidas por aquel poemario.  Otro "Adonáis" firmado recibido en esos años fue Un lugar para el fuego, de Amalia Iglesias Serna, el correspondiente a la edición de 1984 y en el que la autora se limitó a consignar su autógrafo, sin otras alharacas ni efervescentes dedicatorias. Recuerdo cuánto me complació su lectura, el escogido lenguaje empleado en sus versos, reflexivos y a la vez tiznados de algunas referencias a elementos grecolatinos, con el fuego como clave de bóveda. En 1986 sería un cacereño afincado en tierras levantinas quien se alzase con el premio, el poeta Juan María Calles. Su Silencio celeste ya no me llegaría firmado, pues formaba parte de la remesa de 1987, aunque sí conseguiría años más tarde su cariñosa dedicatoria con ocasión de la jornada que compartimos en abril de 2016, cuando presentamos su libro Caminar tras el otoño, obra antológica que tuvimos el honor de publicar en la colección de poesía de la editorial Norbanova. Tengo que reconocer que aprendí mucho de la claridad y la templanza de su verso, el manejo sutil del ritmo y su contenido evocador y humano. Mis "Adonáis" firmados continuarían encadenando su secuencia con la obra de otro extremeño, Diego Doncel, que obtuvo el galardón en 1990, con su libro El único umbral. De él recuerdo cómo asistí a su presentación en Cáceres, en el Complejo Cultural San Francisco, con un auditorio a rebosar que celebraba este nuevo éxito de un autor de la tierra, perteneciente a esa gloriosa generación de poetas que desde los años ochenta han dejado huella en la literatura de nuestra Comunidad Autónoma. Baste recordar aquel accésit que en 1983 obtuvo mi admirado Basilio Sánchez con su A este lado del alba, retomando la senda que ya habían iniciado unos años antes autores como Ángel Sánchez Pascual o Pureza Canelo, en 1975 y 1970 respectivamente. Lástima que sus libros no tengan sus firmas, como tampoco el estupendo Escenas principales de un actor secundario, de Irene Sánchez Carrón, Premio Adonáis 1999, buena amiga de la que sí conseguí  su firma en obras posteriores, como Micrografías, por la que recibió el Premio "Emilio Alarcos".  Perteneciente también a aquellos títulos incluidos en mi antigua suscripción, conservo la antología Como disponga el olvido, del recordado poeta y periodista José Miguel Santiago Castelo, con prólogo del profesor Juan Manuel Rozas, autor a quien desgraciadamente no llegué a conocer en persona, pero que me dedica con cariño su libro, un volumen que ahora guardo como un verdadero tesoro. 

Otros títulos que figuran en mi colección de "Adonáis", junto a algún extremeño más, dan testimonio de la riqueza y variedad de la poesía española de estas décadas finales del siglo XX. Desde el clásico De una niña de provincias que se vino a vivir en un Chagall, Premio Adonáis 1980, de Blanca Andreu (conseguí la primera edición en una feria del libro antiguo en Madrid), pasando por el Adonáis 1985, Crimen pasional en la Plaza Roja, de Federico Gallego Ripoll, con una muy cariñosa dedicatoria con recuerdo a las "cigüeñas de Cáceres". 



Ya en el siglo XXI, destaco en mi Biblioteca de Adonáis, el premio concedido en 2009 al libro Oscuro pez del fondo, de Daniel Casado y su accésit Quince días de fuego, de Mario Lourtau, ambos extremeños y amigos, de los que espero recabar sus dedicatorias; así como el magnífico Gloria, de 2016, con el que descubrí al autor Julio Martínez Mesanza, cuya obra no he dejado de seguir desde entonces.

No tengo espacio para reseñar el resto de poemarios que componen mi pequeño anaquel "Adonáis". Mis disculpas a cuantos autores no he mencionado expresamente. Todos ellos forman parte de mi aprendizaje literario. 

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