domingo, 12 de mayo de 2024

Crónica sentimental de Bogotá, generosa e inolvidable

Una semana después, es tal el acúmulo de sensaciones, la impregnación de aromas, el torbellino de nombres y palabras enredadas que no resultará fácil ponerlo todo en pie. Al otro lado del Atlántico han quedado unos días cuya impronta es seguro que se hará notar en el cuño de la escritura que está por venir, en la propia forma de leer e incluso de mirar. Cálida Bogotá agazapada entre cerros, rehén de la lluvia, vespertina y caprichosa, con sus gentes cercanas y abiertas de par en par al abrazo, sin prejuicios ante el verso ajeno, ofrenda que acogen libre de prebendas, expresión de una generosidad heredada del aliento agreste de la naturaleza y la vecindad del trópico. Porque es Bogotá territorio crecido desde los contrastes, con sus calles ensortijadas por el tráfago del tránsito, infinitas avenidas que responden a la nomenclatura de las cifras, norte, sur, este y oeste, ciudad que despliega sin límite sus brazos, panorámica bajo la neblina desde la cima de Monserrate. Un olor a café excita los paladares, la densidad de una carimañola rellena de queso costeño se deja querer entre los labios, el ritmo del bambuco aligera los miembros... Todo lo aprendido y vivido rebosa en las cocteleras de la memoria, recuerdos con nombres propios que lo son de quienes se cruzaron en este vuelo, dejando su impronta plena de empatía y ternura, pero también de la forja de su palabra, ávida de mestizaje. Su descubrimiento enriquecerá el acervo de la experiencia, contribuirá a hacer más humano el mensaje, adelgazando el alfabeto de la vanidad. Ha sido Bogotá escuela y marchamo para otra forma de interpretar el camino, la del aire que fluye lentamente en las alturas y se cuela dificultoso hasta los pulmones, relajando las aristas de la vida, mostrándonos las señales de un tiempo y sus augurios ancestrales. Bogotá la del Chorro de Quevedo, la de los murales de La Candelaria, con sus aromas a chicha y ajiaco recién servido, Bogotá la que se postra ante el Divino Niño o aguarda cada tarde El minuto de Dios. Es hora de dejar macerar las imágenes, los sones de esta urbe que nunca duerme y que bulle en las aceras, donde todo es posible, como la luz que emana de esos ojos que te miran con descaro. De vuelta, resuenan los ecos de la tarde vivida en aquel colegio de Zipaquirá donde estudiara Gabo, la calidez de un auditorio rendido a la magia de la escritura, sin distinción de fronteras ni colores de la piel, solo una voz entonces, la del comunicador infatigable que busca la complicidad que surge de las páginas de un libro y abre sus cajones para compartir el tesoro que cobijan. Aún eriza la piel el dulce regusto del viaje, la temperatura de los instantes y los abrazos que quedaron allí, a la espera de un retorno solo escrito en las galeradas del futuro. 




Vistas de Bogotá desde Monserrate y calles de La Candelaria



Lectura en el Centro Gabo de Zipaquirá


Con escritores y gente de la cultura de Colombia en el Pabellón de España de FILBo





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