Hace dos semanas, la revista Proverso/La tinta de papel publicaba la reseña "Modulaciones y regresos", que el poeta y crítico literario José Luis Morante ha realizado acerca de mi trayectoria literaria, magnífico trabajo que, quizá por su extensión, no accedió en su totalidad a las páginas de dicha revista, que únicamente publicó parte de ese recorrido poético.
Incorporo ahora a mi Blog "Escenarios" el texto íntegro del estudio efectuado por José Luis Morante, incluyendo el análisis del resto de mis poemarios hasta el último publicado, "La complicidad de los amantes" y a la espera de que el que aguarda inédito en los cajones de mi mesa, a la búsqueda de editorial, pueda llegar a ver la luz.
MODULACIONES Y REGRESOS
(Intimismo, culturalidad y pensamiento en la poesía
de Jesús María Gómez y Flores)
Tanteando ese punto del espacio que contiene
todos los puntos el infinito todo.
“EL ALEPH” (Borges en Ginebra)
Doctor en Derecho y Magistrado en ejercicio, coordinador desde su fundación del Aula de la Palabra y director de la revista cultural Norbania, Jesús María Gómez y Flores (Cáceres, 1964) es esforzado transeúnte de un fecundo camino que comenzó en 1988 con el libro de amanecida Autoconfesiones. Aquel andén abría un periodo de tanteo y aprendizaje, complementado con bifurcaciones que se recuperarán en las secuencias de Líneas de tiempo.
Tras un intervalo de silencio llega en 2004 El tacto de lo efímero, en la Colección Alcazaba de la Diputación de Badajoz, que coincide en el tiempo con la plaquette Lunas de Hospital. Este punto cero de regreso al poema se reedita en 2016 en el catálogo de Baños del Carmen de Vitruvio. En esta editorial madrileña, que dirige Pablo Méndez, sumará otras entregas, como Escenarios y la ya citada Líneas de tiempo.
La salida deja explícito en el acertado epígrafe El tacto de lo efímero el papel esencial del estar transitorio. El discurrir se hace quemadura y testimonio, modulación y regreso; despliega la sinrazón de lo mudable. Los poemas airean una sensibilidad proclive al recuerdo, cuya mirada muestra vivencias autobiográficas. Enriquecido por el tacto de la imaginación, la vuelta al pretérito proyecta la dimensión luminosa del asombro. También las razones del lenguaje constituye un afán; es preciso resolver el teorema de los vocablos y dialogar con un poblado universo de signos. Las palabras entrelazan hilos de la experiencia e intrahistoria del figurante verbal; desembarcan incertidumbres y miedos. Al cabo, lo que importa en este caminar por el movimiento pendular del ocaso es construir un lenguaje propio, un patrimonio interior en el que se define lo esencial, aquello que es compañía y perdura en los resortes de la cotidianidad.
Entre la luz que invade los espejos nace al día una nueva presencia. Es el oscuro intruso que da forma al sujeto verbal de El otro yo, entrega de 2005. Allí marca pasos la tangente orilla de otra identidad; pero la escritura no se pierde en un pensar ensimismado sino que abre ventanas a otros espacios de inspiración. El poemario se abre con un verso de Gabriel Ferrater, poeta de la Escuela de Barcelona, promoción integrada después en la Generación del 50. Se me permitirá recordar aquella idea de Ferrater que sugería que el lenguaje poético fuese directo, lúcido y racional con la verdad desnuda de una carta comercial. Y mucho de exposición de la intemperie nocturnal y de la desnudez de los instintos hay en los poemas de El otro yo que es, sobre cualquier otro viraje argumental, un trayecto exploratorio de la propia extrañeza y de la fuerza germinal de los instintos. Por eso, el sujeto se presenta a sí mismo como un furtivo habitante de habitaciones alquiladas por el albedrío. El ser se siente vencido por los desatinos del goce y los reclamos al conocimiento de pieles anónimas. Ni siquiera los sentimientos son capaces de borrar la culpa y el cansancio, esas máculas que requieren la transparencia urgente de la lluvia para que sean legibles los signos de lo diáfano. Otra vez Eva se hace tentación en la voz seductora que rumorea erotismo y espanta la cordura para hacer del mañana una senda de oscuridad y abandono.
Como si el poeta buscase la pluralidad del entorno cercano, en Escenarios se llenan los registros del lenguaje con lugares habitables. El protagonista textual se aleja del primer plano para convertirse en aplicado observador en el anfiteatro de lo real. En los tablados de la memoria está París, siempre arquetipo con entidad cultural. Sus enclaves ramifican tramas de sombras chinescas, que preservan, en el deambular del tiempo, una representación colectiva. Otro marco argumental es Berlín; allí reaparece el rostro en blanco y negro de la historia, completando un paisaje de miedos, cicatrices y gestos, nunca sosegados por el olvido.
Entre ecos y sombras, Londres presta su callejero para alzar un tercer escenario. Los reclamos cívicos entroncan con un presente multiétnico, un tumultuoso enjambre de secuencias vivas.
Los caminos explorados trazan una cartografía vivencial; queda el sujeto poético a pie de superficie, buscando mapas de vestigios visibles. En su visual un horizonte que despliega coordenadas sensoriales y estrategias de puntos de fuga, esos improvisados exilios que acomodan las paredes de la rutina.
Conviene completar el tramo inicial con Líneas de tiempo, obra publicada en 2018 con el aporte plástico de la ilustradora Deli Cornejo. El libro asciende a los anaqueles de la memoria para recuperar versos aurorales. Salva de la erosión distante del pretérito algunos textos de Escaparate con muñecas, fechado en 1985. Nace en ese arranque una lírica sensorial, enunciativa, que presta atención a los gestos del entorno, con una dicción muy selectiva y en la que se escucha el verbo sentimental, que intuye y preserva un velado erotismo. El quehacer se anuda a las palabras y al rumor de los libros, cuya voz convive con la evocación y el recuerdo. En La dama de Shalott (1989) se recupera el personaje de la conocida balada de Alfred Tennynson y rescata el ambiente legendario y medieval de la sensibilidad romántica. Desde sus claves se reconduce la torrentera fértil del amor y se airea el fuego encendido de los cuerpos. Otro recodo de esta voz matinal es Lo inconsistente. El breve conjunto usa como pórtico una cita de José Manuel Cabañero Bonald, cuyo magisterio alerta del sesgo conceptual de las composiciones y del tono hermético del decurso, al que se adhiere un elocuente reguero de imágenes.
Cerca del cielo añade un balance celebratorio del cuerpo y la plenitud de la caricia, cuyas manos marcan el devenir del presente. Y aporta una mínima representación textual Aguardando la lluvia de octubre, un andén de pasos entrelazados por el trayecto amoroso, hecho aire y compás de espera; junto a Arquitectura y convivencia, cuya hermosa dedicatoria no admite la especulación sino el mediodía del latido hacia el otro: “Para Deli, con quien se hicieron uno el destino, la querencia del mar”. La palabra se hace ofrenda de piel; suena a tacto y epitelio para desterrar el frío. Se abre así un tiempo itinerante en el que se irán hilvanando los sucesivos episodios de la edad, esa caligrafía que marcan los trazos de la intimidad compartida, del alba que busca unos dedos de luz.
De vuelta al orden natural que establece la cronología de edición conviene centrarse en los dos andenes aparecidos en Norbanova, El último viaje (2007) y Arcanos mayores (2012). Es evidente la inmersión del primero en el fluir de los días para considerar la ausencia de los padres desde la elegía y la gratitud de la ternura que siempre resume el ámbito existencial como pactado recorrido con el calendario. El aserto El último viaje anticipa la fragilidad de nuestra condición y evidencia lo caduco. La consumación impregna el calor de agosto de un tacto ártico, un frío de mármol negro que recuerda “el natural vencimiento de las cosas”. Queda en la escritura el rastro tiznado de dolor que oye el rumor de los recuerdos en los cuartos sin nadie: “El dolor, más vivo que nunca, / no descansa en sus ojos nocturnos. / Torpe, el lenguaje no sirve / poblado de inútiles silogismos, / para remendar la cruda deriva de las vértebras”.
En Arcanos mayores el poeta sondea el lenguaje misterioso de lo premonitorio. Es sabido que en las cartas del tarot los arcanos mayores son las figuras de la baraja con mayor activo metafórico; su semántica ilustrada aborda una senda especulativa de interpretación espiritual desde una filosofía que escapa del plano empírico y racional. Otra vez cristaliza en el poema el legado de lecturas esenciales como José Manuel Caballero Bonald para abrir oquedades en la estabilidad de la materia y escuchar el rumor de lo oculto. Lo atávico sobrevive tras los sosegados cimientos de lo aparente. Es necesario expandir la propia identidad y hacerse otro: “Mirar adentro. / En silencio darse cuenta de que no todo / es apariencia. El espíritu exige / voltear los espejos, / no reconocerse entre las fibras calizas / de la arcilla, / cuando los ritos son solo excusas, / terrosas palabras que creer solo a medias. / La verdad sobre nosotros / se resiente en los asideros del campo de batalla”. A veces el discurso poético se ralentiza, como si la expresión adquiriese un sentido aforístico, una invitación al verso conclusivo que muestra músculos del lenguaje. Versos e ideas se yerguen juntos desde un fondo sonoro que aglutina algunas claves de jazz o la cadencia de las composiciones clásicas, como si ambos buscasen capturar un significado fragmentado que exige ir yuxtaponiendo holladas distancias del trayecto. Nace así, desde el poema, un oscuro monólogo en el que aflora la incertidumbre, ese desconcierto de quien olvidó el camino de vuelta.
Entre estas dos entregas impulsadas por Norbanova se cobija el poemario A contracorriente (Mérida, Editora regional, 2008). La propuesta parece reivindicar la heterodoxia al ejercitar el gesto creativo. Toda palabra está bajo sospecha porque quien escribe protagoniza un extraño rito en el que se cobijan especulaciones y signos, calladas vibraciones del pretérito y un desandar de pasos que sitúan en el comienzo de la duda. El devenir vital nunca se aleja de una visión en blanco y negro del hablante lírico, un transeúnte de lo cotidiano que lee indicios en el opaco despliegue de la realidad.
La más reciente entrega de Jesús María Gómez y Flores, editada con mimo por Takara Editorial en 2019, el sello de Rosario Troncoso, evidencia apoyos y cimientos firmes de la tradición literaria. La complicidad de los amantes añade como cierre del libro la nota didáctica “Obligados peajes”, donde se clarifica el aporte bibliográfico. Los apuntes recuerdan protagonistas, argumentos y correspondencias que trascienden lo anecdótico para ensamblar analogías y revitalizar mitos. El escritor abraza una estética neoculturalista sobre la que se asienta el avance orgánico del poemario. La sección del comienzo “La obsesión de Dante” desde el agua del tiempo recupera la devoción amorosa del poeta italiano por su musa Beatrice Portinari. Como si alzara un puente dialogal sobre el que cruzara la voz de los amantes, los poemas hilvanan evocación y elegía. El tono descriptivo se expande para componer una emotiva crónica secuenciada en celebrados entornos de la geografía italiana. La amada retorna con los trazos atemporales del ideal para mostrar claves de sabiduría y misterio que actuarán como semillas germinales y devenir compartido entre pretérito y ahora.
No es el único episodio del espacio cultural. El siguiente apartado “La tempestad” rescata, como un paisaje de la memoria que se mantiene a flote, el recuerdo del escritor romántico P. B. Shelley, fallecido frente a las costas de Lerici y reconocido, cuando las aguas devolvieron el cadáver a la orilla, por llevar en sus bolsillos los casi desvanecidos poemas de Keats. Vivir duele; es espera y naufragio que enmudece los sueños.
El muestrario erudito de La complicidad de los amantes no es una estrategia expresiva aleatoria sino una forma de integrar en el quehacer del poeta escritura y lectura. El pasado histórico sigue reformulando preguntas, democratizadas en el respirar colectivo como espacios conceptuales inexplorados. El cuarto apartado, por ejemplo, elige como título “¿Qué es la inmortalidad?”. Ello da opción a que los versos destilen respuestas indirectas. Las dudas afloran en la contemplación de un cuadro, en la conciencia de las erosiones sobre una dermis perfecta y con pujante belleza o en esos escuetos residuos que entre las manos dejan algunos sueños, como pétalos desgajados de la flor del tiempo.
En el poemario de Jesús María Gómez y Flores emerge un denso patrimonio de magisterios, pero es evidente que algunos optan por expandirse en primer plano. En “Cántico espiritual” es meridiano el débito con san Juan de la Cruz, esclarecida compañía que trasciende el impulso corporal para abrir, a través del amor, vías de ascesis y perenne meditación. Desde esa lectura en voz baja se escucha con cálida lucidez el palpitar del verso, su cúmulo de confidencias: “ Letra a letra / nos sobrevivirán acaso / la pasión / el éxtasis / de hacerse uno / con los itinerarios del alma”.
Más sensorial y evocadora, la voz lírica de “Complicidad de estío” amplía planos para ofrecer un mirador sobre las cosas del entorno. En él perdura intacta, en una estación propicia a la cosecha, la hoz herrumbrosa de la muerte. De las páginas de la ignominia retorna el fusilamiento de García Lorca en Víznar, los cuerpos ensangrentados frente a las tapias del cementerio del Este en Madrid, o la voz agostada de Josefina Manresa escribiendo a Miguel Hernández… Episodios que marcaron estíos de finitud y desolación. Ya en el tramo final del libro, tras la pausa argumental que inspiran los personajes de Haruki Murakami, está la coda de “Buscándonos” cuya filosofía convierte el decurso vital en un tanteo por la senda del tiempo. Solo el amor perdura y hace del viaje una lenta avenida de vivencias, ajena a los indicios del cansancio y esquiva con las ásperas manos del olvido. Esta cartografía optimista de lo emotivo se ratifica mediante las sombras de J. L. Borges, Pablo Neruda o Audrey Hepburn… Son nombres que ilustran los viajes ascendentes de Ícaro cuando despliega las alas del corazón.
El lenguaje no es nunca un sistema abstracto de signos sino un discurso orgánico, moldeado por distintos ingredientes que se interfieren entre sí. En la voluntad estética de Jesús María Gómez y Flores se entrelazan rasgos propios como la semántica de lo temporal, siempre concebida como espacio de lo fútil y perecedero, y los múltiples escenarios de la realidad. El transitar de la conciencia poética descubre las expresivas zonas que habitan los estados de ánimo, y aparece, cálido y renovado como núcleo central el amor. Su fuerte pulsión estelar en el poema dignifica lo subjetivo y ofrece al yo plena identidad. A lo largo del tiempo, esta mirada creativa se instaura en el discurrir de lo real para dar sentido al lenguaje a través de características expresivas como la intimidad, el sentir reflexivo y un culturalismo actualizado y primigenio.
Libro a libro afloran las capas complementarias de una sólida representación textual, cuya variedad temática y formal hace del conocimiento y la búsqueda un cauce transparente. Poesía que guarda entre sus manos un cúmulo de imágenes y sensaciones, el agua fresca del instante hecho luz.
José Luis Morante
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