domingo, 8 de marzo de 2020

Literatura en tiempos del virus

Vivimos tiempos de incertidumbre, de continuas alertas y conmociones. Hasta la literatura se resiente de los esquivos vientos que sacuden la convivencia rutinaria de los mortales. En esta encrucijada, cuando se anuncian cuarentenas masivas y escenarios propios de películas de ciencia ficción, el grueso de la gente continúa viviendo indiferente a las consecuencias de una amenaza global que ha irrumpido con fuerza en este año que inaugura la veintena. 

Secreto avanza,
irreverente el virus,
se infiltra aleve. 

Nadie parece saber cómo frenar la epidemia. Y en España, nuestras costumbres facilitan sin duda la circulación de los patógenos. Madrid en sábado, en pleno mes de marzo. Los ciudadanos suben sin pudor a los transportes públicos. En el Museo del Prado, la cola de visitantes alcanza casi hasta el Jardín Botánico. Menos público en el Reina Sofía, donde los grupos se concentran en torno al "Guernica" y "El gran masturbador". Subiendo la Cuesta de Moyano, las librerías de viejo congregan una clientela más específica, rebuscando entre libros y revistas, cómics de los ochenta y volúmenes descatalogados. 



Pregunto a un librero argentino sobre Borges. Rescata de los estantes de su caseta una pila de libros de diferentes épocas. Solo uno atrae mi atención, acaso por el aspecto antiguo y el origen de su edición. Buenos Aires, 1960, Emecé Editores. Relatos cortos, poesía y un sustancioso prólogo dedicado a Leopoldo Lugones. No puedo ocultar mi satisfacción por localizar una obra de estas características, además de la mano de un compatriota de mi admirado escritor. "El hacedor" es una obrita pequeña, pero muy en la tónica de Borges. ¡Y cuánto me gusta Borges!  



Casi me he olvidado del coronavirus. Aunque tenga la impresión de que solo estamos al principio de esta crisis. Grandes eventos se aproximan que atraerán multitudes, con intereses de todo tipo en juego. El miedo se expande, aunque no nos atrevamos a confesarlo. 

Presente el temor, 
un gramo de cordura
puede salvarnos. 

En ese estado de necesidad en que confrontan bienes de capital relevancia, lo contingente debería ser prescindible. Me pregunto si también lo es la poesía, aunque lleve la firma de los autores del veintisiete. Satisface localizar un poemario -siquiera tardío- de Jorge Guillén en un babel de libros desordenados. Cualquier primera edición es un tesoro para cualquier bibliófilo, y también lo es este "Tréboles" que publicara con esmero "La isla de los ratones", en Santander, en 1964, en plena madurez del autor de "Cántico". 



Junto a la estatua de Pío Baroja, en el frontispicio del Parque del Retiro, el metro más cercano obliga a desandar el camino y bajar hasta Atocha, o elegir el autobús para hacer transbordo en pleno Paseo de la Castellana. Al tomar la Línea 7, en Gregorio Marañón, hordas de aficionados atléticos descienden camino del Metropolitano. Se concentrarán allí miles de personas, eludiendo la turbia caricia del caprichoso microbio que acecha invisible. La ciudad sigue latiendo y así ha de ser, aunque acaso esa calma tenga los días contados. 


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